Como ya os
he contado en varias ocasiones, mi experiencia profesional ha pasado por dos
fases claras y diferenciadas: una como traductora dentro de una empresa de
videojuegos y la que estoy viviendo actualmente como directora de operaciones
en una agencia de traducción. De forma paralela, nunca he parado de traducir
como autónoma para diversos clientes, la mayoría de ellos, clientes directos.
Lo que he
observado desde estos tres puntos de vista (traductora interna, traductora externa
y agencia de traducción) es que hay formas muy diversas de considerar al
cliente.
Cuando
trabajaba en Bigpoint, los clientes eran los distintos departamentos de la
empresa (cada departamento correspondía a un videojuego) y teníamos a distintos
traductores como coordinadores de productos, los cuales se encargaban de
reunirse con los departamentos correspondientes y aclarar todas las dudas que
surgían a lo largo del proyecto. Los departamentos agradecían el interés y el
resultado era que dentro del departamento de Localización tenían a un experto
en su juego y, por tanto, a una persona de confianza que les garantizaba una
buena calidad en su producto.
En la
agencia de traducción, al cliente, sin embargo, se le considera como una
especie de ente o dios que está en un planeta inalcanzable y que habla un
idioma extraterrestre incomprensible para los oídos humanos y el cual considera
al humano, gestor de proyectos o traductor como un ser inferior que tiene
prohibido cualquier contacto o interacción con el mismo porque la mera
presencia del humano, gestor o traductor le causa un dolor y una molestia
insufribles. De tal forma que preguntar es sinónimo de importunar y se puede
llegar a sacrificar la calidad del texto por temor a su ira. En definitiva, que
se teme perder al cliente si se le molesta demasiado con preguntas, ya que
consideran que el cliente pone en manos de la agencia el trabajo con el fin de
quitarse la gestión y cualquier engorro o inconveniente.
Es decir,
como se puede ver: son dos puntos de vista tremendamente opuestos. Mi opinión y
la que aplico como traductora externa es que el cliente no es el dios del
Antiguo Testamento temible e implacable, sino una persona como cualquiera de
nosotros que quiere que se le dé un servicio adecuado, de calidad y rápido y
que, aunque no siempre tenga tiempo para responder a tus dudas, aprecia que
muestres preocupación por su producto y por conseguir el resultado que él
espera. Esto, por tanto, no se consigue poniendo tierra de por medio sino
siendo cordial, haciéndole las preguntas oportunas (tampoco bombardearle a
dudas a todas horas) y ganándote su confianza. Si el cliente confía en ti,
apreciará tu criterio, te valorará y tendrá más dudas si alguien le plantea
cambiar de proveedor. Asimismo, la importancia de los errores que puedas
cometer se minimizará porque te verá como un igual o al menos alguien que se ha
esforzado por conocer sus gustos o lo que espera obtener y será más sencillo
conseguir de él ayuda, referencias e incluso que él mismo te recomiende a otros
clientes.
Mi consejo
en esta área es que no dudes en dirigirte al cliente antes de comenzar a
trabajar en un proyecto para plantearle tus dudas o para pedirle que te ponga
en contacto con alguien que pueda resolverlas. Infórmate de si cuenta con
glosarios, guías de estilo o documentos de referencia y trabaja con todos los
recursos con los que puedas contar desde el principio. Recuerda que el cliente
no tiene por qué saber nada de traducción y es probable que sea incapaz de
anticipar lo que vas a necesitar para realizar su proyecto. Por ello, hablar
con él justo antes de empezar y solicitarle el material necesario puede ser
vital para que tu traducción cumpla con sus expectativas. Por supuesto, cuenta
con que, a menudo, no van a tener estos materiales preparados y te va a tocar
documentarte y resolver muchas de las dudas por tu cuenta, pero, como yo digo
siempre, preguntar es gratis y el no ya lo tienes.
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