miércoles, 16 de abril de 2014

El cliente: ese extraño amigo

Como ya os he contado en varias ocasiones, mi experiencia profesional ha pasado por dos fases claras y diferenciadas: una como traductora dentro de una empresa de videojuegos y la que estoy viviendo actualmente como directora de operaciones en una agencia de traducción. De forma paralela, nunca he parado de traducir como autónoma para diversos clientes, la mayoría de ellos, clientes directos.

Lo que he observado desde estos tres puntos de vista (traductora interna, traductora externa y agencia de traducción) es que hay formas muy diversas de considerar al cliente.
Cuando trabajaba en Bigpoint, los clientes eran los distintos departamentos de la empresa (cada departamento correspondía a un videojuego) y teníamos a distintos traductores como coordinadores de productos, los cuales se encargaban de reunirse con los departamentos correspondientes y aclarar todas las dudas que surgían a lo largo del proyecto. Los departamentos agradecían el interés y el resultado era que dentro del departamento de Localización tenían a un experto en su juego y, por tanto, a una persona de confianza que les garantizaba una buena calidad en su producto.



En la agencia de traducción, al cliente, sin embargo, se le considera como una especie de ente o dios que está en un planeta inalcanzable y que habla un idioma extraterrestre incomprensible para los oídos humanos y el cual considera al humano, gestor de proyectos o traductor como un ser inferior que tiene prohibido cualquier contacto o interacción con el mismo porque la mera presencia del humano, gestor o traductor le causa un dolor y una molestia insufribles. De tal forma que preguntar es sinónimo de importunar y se puede llegar a sacrificar la calidad del texto por temor a su ira. En definitiva, que se teme perder al cliente si se le molesta demasiado con preguntas, ya que consideran que el cliente pone en manos de la agencia el trabajo con el fin de quitarse la gestión y cualquier engorro o inconveniente.

Es decir, como se puede ver: son dos puntos de vista tremendamente opuestos. Mi opinión y la que aplico como traductora externa es que el cliente no es el dios del Antiguo Testamento temible e implacable, sino una persona como cualquiera de nosotros que quiere que se le dé un servicio adecuado, de calidad y rápido y que, aunque no siempre tenga tiempo para responder a tus dudas, aprecia que muestres preocupación por su producto y por conseguir el resultado que él espera. Esto, por tanto, no se consigue poniendo tierra de por medio sino siendo cordial, haciéndole las preguntas oportunas (tampoco bombardearle a dudas a todas horas) y ganándote su confianza. Si el cliente confía en ti, apreciará tu criterio, te valorará y tendrá más dudas si alguien le plantea cambiar de proveedor. Asimismo, la importancia de los errores que puedas cometer se minimizará porque te verá como un igual o al menos alguien que se ha esforzado por conocer sus gustos o lo que espera obtener y será más sencillo conseguir de él ayuda, referencias e incluso que él mismo te recomiende a otros clientes.



Mi consejo en esta área es que no dudes en dirigirte al cliente antes de comenzar a trabajar en un proyecto para plantearle tus dudas o para pedirle que te ponga en contacto con alguien que pueda resolverlas. Infórmate de si cuenta con glosarios, guías de estilo o documentos de referencia y trabaja con todos los recursos con los que puedas contar desde el principio. Recuerda que el cliente no tiene por qué saber nada de traducción y es probable que sea incapaz de anticipar lo que vas a necesitar para realizar su proyecto. Por ello, hablar con él justo antes de empezar y solicitarle el material necesario puede ser vital para que tu traducción cumpla con sus expectativas. Por supuesto, cuenta con que, a menudo, no van a tener estos materiales preparados y te va a tocar documentarte y resolver muchas de las dudas por tu cuenta, pero, como yo digo siempre, preguntar es gratis y el no ya lo tienes.